El Santo, el luchador mejicano, es la quintaesencia de la caspa más cutre y deshinibida. Sin prejuicios, muestra al mundo su heroicidad despreocupada, ajena al ridículo y siempre dispuesto a darle cuatro bofetadas a palma abierta a los monstruos de la Universal convertidos por arte del cine azteca en tristes caricaturas. Así Drácula, el hombre-lobo, "Frankenstein" y la momia (azecas, claro) son reducidos con dos llaves de luchador de wrestling.Habría que rendirle un sentido homenaje al creador de semejante criatura: diálogos surrealistas, actores impostados hasta lo exagerado o completamente inexpresivos, personajes de tebeo, guiones escritos por alguien de edad mental de 10 años...todo ello hace que directores como Ed Wood sean casi Spielberg, por lo menos.En estas películas siempre encontramos situaciones completamente absurdas que provocan la hilaridad, nada inocente, del espectador. Me he sorprendido más de una vez regocijandome ante la contemplación de esos engendros fílmicos. Es imposible resistirse al encanto naif del Santo, ni de Blue Demon, ni de Superser (sí, sí, como las lavadoras)que no se quitan las máscara, ni para ir al lavabo. Pero tampoco me puedo resistir a esos malos, lalísimos de pacotilla que siempre tienen la noble misión de dominar el mundo. Así los "mad doctors" intentan crear nuevas criaturas frankenstenianas, o resucitar momias aztecas con la inestimable ayuda de vampiros enanos; y Drácula por ironías del destino revive no en los Cárpatos sino en México D.C. para chuparle la sangre a la primera pilingui minifaldera que se le ponga a tiro. Sin embargo, el Santo necesita de la ayuda de sus impagables amigos: Superser o Blue Demon siempre encuentran la guarida del malo para reducirlo a bofetados y llaves de palanca. Eso sí, suelen caerse encima de una cama, sofá o algo blandito para hacerse mucha "pupa".Debo agradecer al festival de Sitges por hacerme descubrir esta joya de ultramar con el que he pasado mis ratos más divertidos en compañía del superhéroe más desvergonzado y vitalista del cine. Sin los complejos de Superman, sin los remilgos de Spiderman, sin la fatuidad de Batman. Feliz de su condición de superhéroe, no se molesta en tener una doble vida, su máscara es su rostro verdadero, la que le confiere una auténtica identidad, de hecho, es la prolongación de su hombría. El Santo le da cien mil patadas (literalmente) a cualquier héroe de la Marvel. ¡Te queremos Santo!
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